La Verdad del Deseo: Romance lésbico picante con diferencia de edad (Tapa Blanda)
La Verdad del Deseo: Romance lésbico picante con diferencia de edad (Tapa Blanda)
Vendió su empresa a una dominatriz multimillonaria por 75 millones. ¿El precio? Una noche como su sumisa.
La verdad del deseo es una novela erótica lésbica cautivadora que sigue a Victoria y Abby en un viaje de poder, deseo y descubrimientos inesperados que ponen a prueba su relación mientras, en última instancia, fortalecen su historia de amor.
Erótica para mujeres que aman a mujeres.
⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Ardiente! Un viaje erótico que explora con deliciosa intensidad la complejidad del intercambio de poder, con una intimidad abrasadora y una profundidad emocional que te atrapa. Imposible dejarlo.»
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Victoria Fraser ha construido un imperio basado en el control. Domina en los negocios, en el dormitorio y en la vida… hasta que la multimillonaria Suzette Conner-Wakeman le ofrece setenta y cinco millones de libras por sus empresas con una condición innegociable: Victoria deberá someterse por completo durante una sola noche.
Con el inesperado apoyo de su esposa Abby, Victoria acepta entrar en un peligroso juego de poder y rendición que revelará verdades sobre sí misma que jamás había imaginado. Pero a medida que los límites se desdibujan y los deseos se intensifican, las tres descubren que el mayor poder está en saber soltarse.
Información de Envío del Libro Impreso:
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Especificaciones del Libro:
Especificaciones del Libro:
Pages : 374
ISBN : 9614622000501
Weight : 357g
Dimensions : 127 x 21 x 203 mm
Descripción Completa:
Descripción Completa:
Victoria Fraser jamás cede el control: ni en el dormitorio, ni en los negocios, ni en la vida. Con su imperio de placer y poder firmemente establecido, es la mujer que hace que las demás se sometan. Pero bajo su exterior dominante, empieza a agitarse una peligrosa curiosidad.
Cuando la multimillonaria Suzette Conner-Wakeman le ofrece setenta y cinco millones de libras por sus empresas con una condición impactante —la sumisión absoluta durante una sola noche— despierta en Victoria un deseo que nunca había reconocido. Un deseo de rendirse. De soltar el control. De experimentar la exquisita vulnerabilidad que siempre se había negado a sí misma.
Con su esposa Abby a su lado, Victoria se adentra en el mundo de lujo y seducción calculada de Suzette. Lo que comienza como un juego de alto riesgo entre poder y placer se convierte rápidamente en un viaje hacia territorios inesperados. A medida que los cuerpos se entrelazan y los límites se desdibujan, las tres mujeres descubren que la verdadera dominación significa mucho más de lo que jamás imaginaron.
¿Quién se someterá? ¿Quién dominará? ¿Y quién quedará para siempre transformada por la verdad del deseo?
Una novela ardiente y sofisticada que te dejará sin aliento y rogando por más. La lectura más provocadora del año.
Temas y Tropos
Temas y Tropos
• Dinámicas de poder
• Multimillonaria
• Descubrimiento sexual
• Poliamor
• Familia encontrada
• Un contrato poco convencional
• Voyerismo
• ¡¡¡MUY PICANTE!!!
Capítulo Uno - Vista Previa:
Capítulo Uno - Vista Previa:
Capítulo 1
Victoria
—Mmm, qué bien… —ronroneó Victoria con deleite mientras los dedos de Abby le extendían loción por los hombros. El calor del sol corso se iba apagando a medida que la tranquila jornada daba paso a la tarde. Las manos de su mujer se movían con precisión, presionando justo en los puntos adecuados para eliminar la poca tensión que quedaba después de diez días de pura felicidad.
Seis semanas antes, Victoria había comprado la villa por capricho, sus perfectas vistas mediterráneas habían sido irresistibles. La compra exprés se la debía a Bryce, su “mejor amigo de estilo de vida”, como él mismo se llamaba. Conocía al dueño. Victoria no le había preguntado cómo. Había aprendido que, cuando se trataba de Bryce, hacer demasiadas preguntas nunca era buena idea —la negación plausible—, algo muy útil cuando la gendarmería apareció en su puerta el primer día de vacaciones. Según le contó a la muy mosqueada capitana Delamare, una mujer con cara de estar acostumbrada a las decepciones, todo lo que sabía era que su sospechoso había salido pitando hacia Venezuela poco después de firmar el contrato de compra en negro. La visita sorpresa de la pasma corsa no había arruinado sus vacaciones, de hecho, le había devuelto a Victoria una chispa de emoción que últimamente le faltaba.
En los últimos tiempos, parecía que todo el mundo estaba ocupado con sus propias aventuras. El negocio de Abby, fotografiando con su cámara las pasiones del mundo BDSM, había hecho que cualquier fetichista con dinero quisiera inmortalizar sus “juegos” para la posteridad. Algo picante que sus nietos descubrirían al vaciar la casa tras su muerte, junto con la herencia… y su inocencia. O que daría lugar a unas cuantas conversaciones incómodas en la residencia de ancianos, según cómo pasaran sus últimos días. Su mujer pasaba más tiempo viajando por trabajo que en casa, y aunque Victoria se alegraba de su éxito, ver cómo la vida a los demás encajaba mientras la suya parecía estancada empezaba a molestarle.
Incluso Freya, su cuñada, se había mudado al otro lado de Edimburgo con Rosie-monster, su sobrina. La casa se sentía vacía sin la energía inagotable de aquella niña de seis años. Esa bebé había crecido tan deprisa. El tiempo era como una goma elástica: parecía estirarse despacio hasta que, de repente, se soltaba y te golpeaba en el culo. Aunque, afortunadamente, después de diez días de placer y bronceado en Córcega, era el culo de su mujer el que dolía… y no todo por culpa del látex.
Incluso Alison y Olivia se habían marchado de aventura. Se habían ido un mes a Centroamérica y, seis meses después, seguían ordeñando llamas en una ladera del norte de Perú, masticando hojas de coca y viviendo la vida al máximo. Según Alison, la altitud intensificaba todo, hasta los orgasmos hacían que sus pulseras de actividad marcaran picos de “estrés emocional”.
¿Y tú qué hacías? Ir tirando.
Comprar la villa había sido su respuesta a la crisis de los cuarenta. Respiró hondo, saboreando el aroma de lavanda que se mezclaba con la brisa mediterránea. La villa era un oasis de calma con vistas infinitas al mar, brillantes azulejos de terracota y una piscina que relucía como zafiro fundido. Un lugar perfecto para tomar una decisión.
—Voy a vender los negocios —murmuró, ladeando la cabeza para que Abby pudiera seguir masajeándola y estirando los brazos, orgullosa del bronceado salpicado de pecas que había conseguido—. Llamaré a Alison después.
La mano de Abby se detuvo. —¿En serio?
—En serio. —Victoria suspiró con la certeza de una mujer que toma las riendas—. La plataforma de La Petite Mort vale unos veintitrés kilos según la última valoración, y The Crimson Sanctuary… solo el local en Edimburgo ya vale una fortuna. Si le sumas la clientela, el nombre… estamos hablando de unos treinta kilos, siendo prudentes. Incluso repartido con Alison, es más que suficiente para lo que venga. —Llevaba meses consultando en secreto con asesores financieros, preparándose para este momento incluso antes de admitirlo. Y no iban a tocar el resto de sus propiedades.
—Vale —dijo Abby, reanudando el ritmo de sus dedos—. Lo habías comentado, pero no pensé que fueras a… —Hizo una pausa, como sopesando la idea—. ¿Y qué vas a hacer después?
—Ni idea —dijo, sincera—. No tenía ni puta idea. Eso ya lo decidiría después, porque lo único que sabía ahora mismo era que necesitaba un cambio. No algo más, sino algo distinto. Y tendría que provocarlo ella misma, la vida no iba a reorganizarse sola mientras ella se tumbaba junto a la piscina, por muy perfecta que fuera la vista. —Ya me preocuparé de eso luego. Ahora solo quiero disfrutar de esta noche.
—Podríamos ir al cuarto de juegos —sugirió Abby, inclinándose y presionando su piel cálida contra la espalda de Victoria—. Tu obediente alumna siempre está a tu servicio, Ama.
Victoria sonrió con un ojo entreabierto. —¿Buscando puntos extra, cachorrita?
—Siempre —susurró Abby en su oído.
El beso que siguió fue lento y pausado, como si no esperaran que el día terminara jamás. En cierto modo, Victoria tampoco quería que lo hiciera, pero ni de coña pensaba desperdiciar un solo momento. Tiró de Abby para sentarla a horcajadas sobre sus piernas, mirándola de frente. Al diablo con la sala de juegos, pensó. Eso quedaría para después. Ahora tocaba aprovechar el momento.
La parte superior del bikini de Abby cedió con un solo tirón, y Victoria la dejó caer a un lado, disfrutando de la vista. Impresionante. Acarició con la mano el pecho derecho de su esposa, suave, cálido y con un peso delicioso. Pocas cosas en este mundo habían sido creadas con tanta perfección para encajar en su palma. Entre el pulgar y el índice, pellizcó el erecto y rosado pezón, erguido, ansioso de atención. Abby gimió, una ligera y sensual invitación, y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Victoria observaba cómo su amante se perdía en el placer de su toque, ajena al leve susurro que venía de detrás de la palmera dorada al borde del patio. Pero Victoria sí vio esos ojos oscuros que las espiaban. Giada. Una criatura impresionante, más curvilínea que esbelta, con largo cabello oscuro, piel aceitunada y una timidez cautivadora. Como la sala de juegos totalmente equipada, venía incluida con la casa. Según Bryce, era una artista empobrecida con una inclinación por el voyeurismo. También era la asistenta.
Durante su tiempo en Córcega, Victoria había notado algo en Giada, un hambre que iba más allá del mero voyeurismo, una necesidad de conexión que se manifestaba en su servicio cuidadoso, casi reverente.
Decidida a que todas las mujeres de su casa estuvieran satisfechas, Victoria atrajo a Abby más cerca, atrapando su pezón entre los dientes y liberando sus manos, una para explorar, la otra para mantenerla firme, lista para que no se escapara. Tomó aire bruscamente cuando Abby se estremeció, su cuerpo reaccionando al suave y lento círculo que los dedos de Victoria dibujaban alrededor de su clítoris.
—¿Giada nos está mirando? —preguntó Abby, la respiración entrecortada, seguida de un gemido cuando Victoria deslizó dos dedos en su interior.
Victoria no respondió enseguida. Prefirió saborear el calor húmedo que encontró, disfrutando del temblor que provocaba en su sumisa. Incluso después de ocho años, el placer de dejarla tan dispuesta, tan ansiosa, nunca se volvía rutina.
—Ajá —murmuró con una sonrisa cómplice—. ¿Te importa?
—Para nada —la voz de Abby adquirió un filo de pura lujuria—. Déjala que fantasee. Sabes que se imagina lo que es ser yo. Tenerte tocándola… corrigiéndola.
Victoria sonrió con un destello de autoridad. La audacia de Abby era una de las muchas cosas que adoraba. Su mujer miró por encima del hombro, con un brillo travieso en los ojos al descubrir el perfil de los rizos de Giada asomando por detrás de la palmera.
—¿Crees que…? —Abby soltó un jadeo al moverse, meciendo las caderas hacia delante. Victoria respondió curvando los dedos justo en ese punto que la hacía rendirse—. …se está tocando?
—Puede ser —Victoria aceleró el ritmo, soltando un gemido al sentir cómo Abby se cerraba más fuerte a su alrededor—. Joder, eres tan hermosa… sobre todo cuando estás a punto de correrte.
La expresión de Abby era casi etérea, como si hubiera alcanzado un lugar tan eufórico que dudaba en abandonarlo incluso por un orgasmo devastador.
—Córrete para mí, mi mascota —susurró Victoria con reverencia—. Dame tu placer… y deja que Giada vea lo obediente que eres para tu ama.
—Sí, Ama… voy a correrme tan fuerte para ti… —Alzó la cabeza, mostrando la larga curva de su cuello, y movió las caderas con fuerza, moliéndose contra el regazo de su ama. Era la mujer más exquisita que Victoria había conocido… y lo más asombroso era que le pertenecía.
La espalda de Abby se arqueó, su centro se cerró alrededor de los dedos de Victoria y su boca se abrió para dejar escapar un grito ahogado desde lo más hondo. Su clímax fue glorioso, húmedo, y se lo entregó todo antes de caer hacia delante, aferrándose a sus hombros. El pulgar de Victoria siguió moviéndose en círculos bruscos sobre su clítoris, arrancándole un sollozo.
—Ama… —su voz se quebró en un gemido—. Esta noche no me quedará nada que darte.
Victoria le besó la mejilla. Nadie conocía el cuerpo de Abby mejor que ella.
—Siempre me darás lo que quiero, mi cachorrita. Ni tú ni tu cuerpo podéis negarme jamás —dijo, cambiando la dirección y el ritmo de su pulgar para provocarle otro espasmo—. Y si lo olvidas… siempre puedo recordártelo con mi mano.
Un gemido grave escapó de la boca de Abby. La tenía justo donde quería… pero entonces redujo la presión, y Abby levantó la cabeza de golpe, empujando con fuerza contra ella.
—¿Ama? —preguntó, insegura—. ¿He hecho algo mal?
—Tú no me dices lo que puedes darme —Victoria mantuvo el gesto serio y pasó una sola caricia lenta sobre el clítoris hinchado y sensible de Abby, haciéndola temblar—. Eres mía, mi cachorrita, y me darás lo que yo quiera… cuando yo lo quiera.
—Sí, Ama… lo siento —bajó la cabeza, apartando la mirada como si estuviera avergonzada, pero Victoria sentía cómo su cuerpo se contraía. Bastarían unos golpes bien dados o unos movimientos firmes para hacerla estallar, pero sería más dulce si la hacía suplicar… y marcaría el tono de su última noche allí.
—¿Cuánto lo sientes? —preguntó—. Mírame cuando te hablo.
Victoria curvó tres dedos en lo más profundo de su sumisa, arrancándole otro quejido.
—Mucho, Ama. Haré lo que me pidas. Cualquier cosa.
Victoria se estremeció al encontrarse con la mirada suplicante de Abby. Sabía con absoluta certeza que su cachorrita le daría lo que quisiera, sin vacilar ni preguntar, tal era la confianza que compartían. Era un nivel de control que iba más allá de lo embriagador, uno que alguien con menos integridad podría abusar.
—Quiero que supliques… no solo por este orgasmo, sino por todo lo que voy a hacerte esta noche. Voy a atarte, azotarte y follarte hasta que salga el sol.
Abby tragó saliva, intentando contener el balanceo de sus caderas. Estaba a punto de estallar.
—Por favor… —su voz se quebró, y lo intentó de nuevo—. Por favor, Ama, tócame, déjame correrme.
Volvió a suplicar con la mirada, pero luego entendió que Victoria esperaba más.
—Por favor, Ama, necesito esto… te necesito… por favor.
Su cuerpo temblaba y sus ojos brillaban de necesidad. Ése era el punto dulce que les daría una noche para recordar.
—Buena chica —Victoria movió los dedos en un gesto de llamada mientras su pulgar dibujaba círculos—. Esta noche llevo el arnés, y Giada se quedará a mirarme follarte hasta que me supliques que pare.
Una lágrima se liberó, deslizándose por su mejilla. El pecho de Victoria se hinchó de amor al oír el gemido que Abby contenía. Amaba a esa mujer con cada molécula de su ser.
—Ahora, córrete para mí.
El cuerpo de Abby respondió al instante, gritando, mojándose, llorando, palpitando contra el toque de Victoria. Su liberación fue más magnífica por haber sido contenida en una exquisita y tortuosa danza de control, disciplina y sumisión.
Cuando Victoria finalmente se retiró, lo hizo con cuidado, atrayendo a Abby hacia sí y abrazándola mientras rompía en sollozos.
—Venga, mi cachorrita —Victoria besó la cima de su cabeza—. Te tengo… y voy a cuidarte.
Se recostaron juntas, respirando al mismo compás, compartiendo su intimidad con un par de ojos oscuros ocultos detrás de la palmera dorada.
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